La Revista del Campo (El Mercurio) aborda en un reportaje los nuevos retos y avances en materia de sustentabilidad de los productores de carne de cerdo, quienes -señala el artículo- «reconocen que uno de sus principales desafíos es disminuir el impacto de su producción y trabajar muy de cerca con las comunidades para buscar en conjunto soluciones, especialmente considerando que es una industria que crece a tasas del 7% anual y que tiene una demanda clara en Asia».
Fuente: Revista del Campo (El Mercurio)
La nota recoge la experiencia de representantes vecinales y parceleros que viven cerca de planteles de cerdos. Tras relatar los problemas que hubo, se mencionan las soluciones aportadas por las empresas y el nuevo escenario con el entono y los vecinos: «Hoy no hay moscas y el olor no existe, sólo aparece, levemente, cuando hacen un proceso de mantención en la planta. «Pero ellos nos avisan (Maxagro) antes a toda la comunidad», cuenta por ejemplo Sandra Rebolledo, dirigente vecinal de la comuna de Palmilla, en la Sexta Región.
Jaime Gómez es agricultor de la zona de Mallarauco (vecino de planta El Campesino de AASA) y se beneficia con el sistema fertirriego (agua enriquecida con purines de cerdo): «Tengo un pastizal muy bueno. Logramos mantener cuatro cabezas de ganado por hectárea, lo cual es muy bueno. Y eso es porque riego con el purín que ellos me dan. Hace 8 años que lo uso y el resultado es extraordinario», afirma. «Con los parceleros tenemos que turnarnos para pedir que nos entreguen el producto porque si no nos alcanza para todos. Ellos se lo entregan a todos los que lo soliciten, los que necesiten».
El artículo menciona que los productores resaltan que comenzaron a tomar medidas de mitigación antes de lo ocurrido en Freirina. Rodrigo Castañón, gerente general de Asprocer, Asociación Gremial de Productores de Cerdo, que reúne a pequeños, medianos y grandes productores y comprende el 94% de la producción de carne de cerdo nacional, el gran mensaje de Freirina es que la industria sigue trabajando en el tema. «Claramente el escenario cambió, eso es indesmentible, había una forma y en esa forma nosotros trabajamos. Cambió el escenario y tuvimos que ajustarnos a ese escenario. Pero ese ajuste no es que se haya estado haciendo en el último tiempo o desde que se comenzaron a generar estos estreses», asevera.
Juan Miguel Ovalle, presidente de Asprocer, secunda esta postura y dice que el punto de inflexión no fue Freirina, sino que venía desde antes. «Nosotros estábamos conscientes de que cada día más, por la falta de un ordenamiento territorial, los núcleos urbanos se nos acercan cada día más a nuestras instalaciones, por lo tanto hay un proceso social que cada vez son menos tolerantes a los impactos negativos que produce la producción porcina».
La invasión
En los últimos 30 años Chile se ha posicionado como el sexto exportador de carne de cerdo en el mundo con más de 600 millones de dólares en ventas a más de 50 países. Es la industria de carne que más exporta en el país y a nivel global crece a una tasa de 7% anual.
Si bien usualmente las instalaciones productivas se instalan en zonas alejadas de centros poblados, también llevan a que mejore la infraestructura de las zonas y generan trabajo.
Ovalle explica este punto señalando que las plantas tratan de no instalarse al lado de pueblo o comunidad, «pero provocamos esa situación porque de alguna manera mejoramos los caminos, llevamos energía eléctrica y generamos empleo y la gente, como es lógico, no quiera viajar grandes distancias y de alguna manera se empiezan a instalar en el entorno». Cita como ejemplo lo ocurrido con otra planta de Agrosuper instalada en la costa de la Sexta Región, cerca de Litueche. «Era una zona de secano costero muy poco poblada y hoy es una área más densa, con parcelas de agrado».
Eso, sumado a la necesidad de mayor terreno de las zonas urbanas, provoca un inevitable avance de los sitios habitados. Así, las instalaciones comienzan a verse rodeadas de nuevas poblaciones y entonces comienzan muchos de los problemas.
Castañón dice que hay productores que están hace 30 años en un mismo lugar, pero que al cabo de 8 años terminan rodeados por viviendas sociales o por parcelas de agrado «y obviamente esa gente comienza a reclamar porque tú puedes hacer muchos esfuerzos como productor, pero si tienes una vivienda social al otro lado de la cerca, claramente se puede producir algún tipo de situación».
Los sectores más preocupantes, afirma Ovalle, son los productores que están insertos en lugares altamente poblados, como Isla de Maipo, El Monte y Talagante. «Esa gente está buscando mudarse a otros lugares y tomar medidas de mitigación, pero es un proceso largo», dice.
La forma de solucionar parte de estos problemas es, a juicio de Juan Miguel Ovalle, con ordenamiento territorial donde el Estado tenga un orden que impide que las producciones pecuarias se instalen cerca de las poblaciones, como en otros países. «En Europa ponen restricciones a la construcción de viviendas cercanas a instalaciones productivas», explica.
Los hechos confirman lo anterior: países como Alemania, Holanda y Dinamarca son grandes productores de cerdo y tienen un territorio menor que el chileno. Dinamarca, es un claro ejemplo. Con solo 43 mil km2 y 5,5 millones de habitantes produce 12,4 millones de cerdos, exporta el 85% de su producción y tiene más de 5 mil 500 granjas porcinas.
La solución que buscan es un ordenamiento territorial como el que existe en esos países donde se ponen restricciones a la construcción de viviendas cercanas a instalaciones productivas. Acá el trabajo normativo lo están haciendo con el Ministerio del Medio Ambiente y con los gobiernos regionales.
«Alemania tiene más cultura productiva y mayor tolerancia a la cultura agrícola -dice Ovalle-. Chile es un país minero y cuando se fue Agrosuper a Freirina gran parte de su rechazo es que no había una cultura de producción pecuaria. Probablemente las aprensiones de la población estaban más bien vinculadas a como los había afectado la minería antes. He estado en Holanda, Dinamarca y Alemania y tienen una densidad de población porcina 10 veces mayor que la chilena, pero básicamente ellos tienen una mayor tolerancia de las comunidades y unas enormes subvenciones estatales en todo lo que es el manejo de purines. Hay plantas estatales que los reciben, lo transforman en biogás y hacen la co-generación eléctrica. Acá ese trabajo lo hacen las empresas productivas», apunta enfático.
La energía de los purines
Esa es precisamente la solución que han encontrado los productores de cerdo para terminar con el problema de los olores: transformar los desechos de cerdo (purines) en energía. Esto se hace mediante el proceso de biodigestión. Consiste en que se genera gas metano a través de la fermentación de los purines. Ese gas es usado luego para alimentar una caldera o un generador para producir electricidad.
Varias son las empresas que ya utilizan la tecnología. Cristián Kühlenthal, gerente general de Maxagro, explica que en 2008 comenzaron la construcción de su primer biodigestor en la planta que tienen en la VI Región. Hoy el 70% de la producción en dicha región está bajo esa tecnología y ahora la están implementando en la planta que tienen en la Octava Región.
Afirma que desde 2013 con los dos generadores que tienen en la Sexta Región están produciendo un mega de energía a partir de los desechos.»Es un tema totalmente anaeróbico en el cual el purín no está en contacto con el medio ambiente hasta que está tratado y eso reduce en forma significativa los olores. Si te pones a la salida de un biodigestor sigue habiendo olor, pero a 100 metros ya no se siente», explica. Es una solución para los olores porque nuestras plantas en las Sexta Región están a 400 metros de la comunidad y convivimos muy bien con ellos», cuenta.
Asegura que la comunicación con la comunidad ha sido un factor vital. «En 2008 en Maxagro nos dimos cuenta de que si queríamos continuar con nuestro negocio teníamos que trabajar con las comunidades y teníamos que darle solución real a los problemas o a las externalidades negativas de nuestra industria. Esa es una realidad y tratar de tapar eso era el peor de los caminos», dice Kühlenthal.
Parte de ese proceso consistió en juntarse con la gente, escucharlos y darles soluciones. Y cumplirlas. Lo primero fue capacitar a los trabajadores de la planta y hacerlos partícipes del proceso ya que ellos se pueden ver más afectados dado que están en las plantas.
Luego fueron a conversar con las comunidades.
«En estos momentos estamos en una bola positiva que empieza a crecer y tomar vuelo», afirma.
«Establecer confianza con las comunidades se logra con el tiempo y con hechos. Uno siempre puede pararse y decir que va a meter mucha plata en inversión, pero mientras eso no resulte, las confianzas no se van a establecer. No somos perfectos y nos hemos equivocado, pero nos hemos equivocado con las puertas abiertas, hemos dicho esto no resultó y vamos a tomar estas medidas correctivas», agrega.
El año 2014 compraron operaciones en la Octava Región e hicieron exactamente el mismo ejercicio, capacitar a los trabajadores, establecer lazos con las comunidades y modificar las resoluciones de calificación ambiental de esos criaderos para poder implementar la nueva tecnología. Actualmente están terminando de implementar el sistema de biodigestores y esperan ponerlo en marcha en unos 40 días.
Alejandro Gebauer, gerente de Gestión y Proyectos de empresas AASA, cuenta que ellos también partieron con este tema hace 7 años, antes de que ocurriera el desastre de Freirina. Primero querían obtener provecho de los residuos de cerdo así que invirtieron en plantas de generación eléctrica. Actualmente tienen cuatro plantas de biogás repartidas en las regiones Quinta, Sexta y Metropolitana y con ello han podido instalar un megawatt de generación eléctrica. Además utilizan el biogás en procesos de calefacción propios.
En total, han invertido cerca de 3 millones de dólares y dado que este nuevo giro en el negocio creció tanto, se vieron obligados a crear una nueva empresa: AASA Energía. «Somos un holding de seis empresas y dos mataderos, los cuales también gestionan sus residuos orgánicos, ese es el tema, gestión integral», afirma Gebauer.
Han ido más allá: del tratamiento de los riles y purines obtienen un residuo líquido que sale de las plantas y que es utilizado como fertilizante para cultivos agrícolas.
«Instalamos un sistema de fertirrigación que consiste en que desde la misma empresa mandamos todos estos purines en una dilución de agua mediante un sistema de 18 kilómetros de tuberías que permite abastecer a unos 650 hectáreas de vecinos. Cada uno de ellos tiene la posibilidad de tener una cámara y fertirrigar con nosotros, es decir usar el nitrógeno, fósforo y potasio, que viene contenido en el sustrato», explica Gebauer.
Además de regalárselos, les prestan asesorías con un ingeniero agrónomo quien está con ellos todos los días para chequear las dosis de fertilizantes que deben utilizar.
Lo que han logrado, dice, es generar una cadena de valor, donde los agricultores vecinos cultivan maíz y otros cereales que son vitales para la alimentación de los cerdos. «Es una simbiosis perfecta», dice Alejandro Gebauer. Hace tres años que están con este proyecto y mientras siguen instalando cañerías, llevan el fertilizante a sectores más alejados mediante camiones aljibes.
Actualmente están operando en Nancagua, Los Andes, San Esteban y Mallarauco.
Jaime Gómez es agricultor de la zona de Mallarauco y es uno de los beneficiados con este sistema.
«Tengo un pastizal muy bueno. Logramos mantener cuatro cabezas de ganado por hectárea, lo cual es muy bueno. Y eso es porque riego con el purín que ellos me dan. Hace 8 años que lo uso y el resultado es extraordinario», afirma. «Con los parceleros tenemos que turnarnos para pedir que nos entreguen el producto porque si no nos alcanza para todos. Ellos se lo entregan a todos los que lo soliciten, los que necesiten».
Alejandro Gebauer apunta que un factor clave ha sido el acercamiento que han tenido con la comunidad.
«Ha sido un casa a casa, puerta a puerta enorme. Hay que conocer a todos los vecinos, golpear todas las puertas, tomar todos los tecitos que uno pueda con las vecinas y vecinos. ¿Qué piden? Obviamente, no olores. Sin embargo hay externalidades, como los camiones, los ruidos, que uno de repente uno no visualiza y claramente hay que estar con ellos para entenderlo», sostiene.
Es un esfuerzo que vale la pena, agrega. No solo porque le da estabilidad al negocio sino que también permite que la producción de carne sea muy buena.
Y ese es precisamente el portentoso dilema que enfrenta esta industria en la actualidad. La demanda es creciente y necesita crecer para satisfacer al insaciable mercado chino.
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